El telón que nunca vio al público. Elixir de Amor
Abraham Gustin
Sábado, 10 de julio de 2004

Estimados amigos, solamente quisiera contarles una breve historia curiosa y descabellada, algo más que nos remite nuevamente a la inverosimilitud de una Venezuela cultural sumergida en lo insólito, sin jerarquizaciones de ningún tipo, de un caos que en este caso podría perfectamente pertenecer a uno de los tantos misterios del universo. Una suerte de realismo mágico que dejaría sin aliento a cualquier lector.

Hace un mes aproximadamente fui invitado a participar en mi calidad de artista plástico para formar parte del equipo que trabajaría en la realización corpórea de una escenografía diseñada por la Arq. Isabel Guédez, para la obra «L’elisir d’amore» de Gaetano Donizetti, ópera que se estrenaría en el Teatro Teresa Carreño junto al tenor invitado Aquiles Machado.

Durante toda la ejecución, que ocurre en los sótanos que fungen como talleres del teatro, donde nadie del equipo operístico siquiera tiene idea de lo que ocurre, trabajábamos en los pormenores de algunos elementos, entre ellos el telón. Aun cuando existían diversos roces entre los distintos componentes del equipo, yo lo asumía como parte del proceso cuando enfrentamos un trabajo en grupo, sobretodo para aquellos que venimos de la plástica y estamos acostumbrados a trabajar en la soledad del taller. A pesar de ello todo fluía con cierta o aparente normalidad.

Dos días antes del montaje final en preparación del ensayo general, se sube el telón final para ser izado en la parte posterior del escenario como telón de fondo, evento extremadamente emocionante, cuando aquella tela de casi 220 mt2 va subiendo de forma imponente al escenario. En mi haber interno, a pesar que lo realizado no compete directamente a mi creación pura, el proceso general de interpretación de ciertos parámetros había sido de mucho interés y creo que se había logrado con éxito la propuesta lo cual pensaba transcurría con toda normalidad. Sin embargo, sin yo saber, ya existían posiciones diversas entre la escenógrafo y el director de escena.

Al día siguiente me ausento del teatro, pues supuestamente había cumplido con mi obligación y me dediqué a colocar las cosas en orden para continuar mi trabajo de taller. Ese día a las 2 pm, recibo una llamada del asistente del Gerente de Producción que me anuncia la decisión unilateral por parte de la escenógrafo y el director de escena, el Sr. William Alvarado, para desmontar el telón, situación extremadamente extraña en días tan cruciales, sin embargo, no nada más ello estaba ocurriendo, el mismo había sido intervenido para intentar lograr lo que ellos pensaban que debía haber sido la obra final, por supuesto esta acción culminó en la destrucción del telón previo para dar nacimiento a una aberración apastelada e insólita que ellos denominaban cielo. Mi telón había sido catalogado de una suerte de cumbres borrascosas que no podía aparecer bajo ningún pretexto en esta obra que a toda costa bajo su interpretación muy rígida debería ser más lúdica, sencillamente una simpleza de criterio.

Esta historia ha quedado en mi haber como una anécdota tragicómica que contaré si la oportunidad se presenta, pero ha producido en mi una sensación tan extraña de una inmensa impotencia y un espantoso despertar de la increíble falta de respeto que puede haber hacia un artista. Lo que me llama más la atención es que dicho atentado ha sido perpetrado por personas intelectualmente activas o por lo menos de cierta preparación en sus actividades específicas. Es inadmisible dicha situación, ello rompe con todos los cánones de ética y es una aberración contra la expresión del arte en Venezuela.

Podemos estar en desacuerdo con una persona, podemos tener criterios distintos, pero la validez de ello no radica en la destrucción unilateral de la creación de un artista invitado. Ni siquiera hubo la humildad de convocar a una reunión del equipo. Es algo que para mi marca el increíble abismo que existe entre un mundo que busca la excelencia y la insolencia de un mundo que solo nos devela un terrible devenir si permitimos que estos atropellos continúen con impunidad.

En un principio me mantuve ecuánime, pero luego al reflexionar sobre ello mantengo la posición en la cual la indiferencia de mi parte sería una suerte de complicidad que atentaría contra mi integridad como artista. Si los que actuamos correctamente no dañando al otro no procedemos, las cosas caerán en una inercia que permitirá que estas situaciones insólitas vuelvan a ocurrir.

♠ Las fotos de este artículo son las del Telón que yo originalmente pinté. Para ver las fotos completas –> Clic Aquí